La Crisis de los 30 años (1914-1945).
Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer (parafraseando el título de un estudio de E. H. Car prácticamente contemporáneo a los hechos), se refiere a las tres críticas décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período de entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la agudización de las tensiones sociales que llevaron a revoluciones como la Mexicana, la Rusa y la llamada Revolución Española simultánea a la Guerra Civil; la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y sistemas políticos autoritarios.
La Primera Guerra Mundial.
El 28 de junio de 1914, un incidente internacional menor, el atentado de Sarajevo, dio pretexto al Imperio austrohúngaro para presionar a Serbia mediante un ultimátum que desencadenó la activación de una compleja red de pactos defensivos: Serbia lo tenía con Rusia para el caso de una guerra contra Austria-Hungría, esta con Alemania para el caso de una guerra contra Rusia, y esta a su vez con el Reino Unido y Francia para el caso de una guerra con Alemania. En pocos días, las principales potencias estaban inmersas en una guerra general que no se limitó a Europa, involucrando a los cinco continentes y que se prolongó hasta 1918.
A pesar de lo autodestructivo que el episodio resultó para todos los agentes implicados, la guerra, largamente preparada y en algún caso deseado, fue ampliamente popular en su inicio, no resultando difícil la movilización de enormes contingentes de soldados, que acudían al frente en medio de un ambiente festivo. Incluso buena parte del movimiento obrero, doctrinalmente pacifista e internacionalista, se fragmentó siguiendo las fronteras nacionales, apoyando cada partido socialista local a su correspondiente gobierno en el esfuerzo de guerra, y en muchos casos participando activamente en las tareas que les fueron encomendadas bajo gobiernos de concentración. Sólo avanzado el conflicto, ante la magnitud de la destrucción física y moral de generaciones enteras de jóvenes (16 millones de muertos, a los que se añadieron los de la llamada gripe española) y un impresionante número de mutilados, además de la desorientación vital, social e intelectual a la que se enfrentaron los supervivientes marcados por tan penosa experiencia, pasó a considerarse la Gran Guerra como la mayor catástrofe sufrida hasta entonces por la humanidad.
Tratado de Versalles y Fracaso de la Sociedad de Naciones.
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio austrohúngaro eImperio otomano), que de hecho habían desaparecido como tales entidades políticas. La reducción al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades que caracterizaba la postura de los vencedores (especialmente la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y por tanto de las indemnnizaciones recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto desarme que se la exigía. La imposición fue percibida como un diktat (dictado), y sus durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar.
Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera. Se pretendía que las nuevas naciones, al carecer de ambiciones territoriales, renuncian a la guerra como método de resolución de conflictos. La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra. La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Incluso entre sus Italia en Abisinia) demostró su práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí desarrolló funciones más o menos importantes (Organización Internacional del Trabajo y otras agencias).
Revolución Rusa.
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica, y que había perdido el prestigio místico con que el Zar se presentaba como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos burgueses y socialdemócratas liderados por Kerenski pretendió construir un estado democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre (Asalto al Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas y financiado tras el final de la guerra por las potencias vencedores. Al mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones teóricamente asamblearias pero fuertemente controladas desde la cúspide por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el estado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Al igual que había ocurrido durante la fase más exaltada de la Revolución francesa, se produjeron matanzas masivas (por ejecuciones o como consecuencia de las deportaciones) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.
La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que se consintió la reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la figura del campesino enriquecido (kulak).
Las luchas de poder entre Trotski y Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso revolucionario a otros países (revolución permanente) y el segundo de la construcción del socialismo en un sólo país, comenzaron durante la agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la victoria de Stalin, que inició una época de purgas con la eliminación de los trotskistas (XV congreso, 1929), en una intensificación de la represión política que acabó con toda oposición o crítica a su poder personal (Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la personalidad dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió un impulso definitivo, sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes quinquenales a cargo de un GOSPLAN que centralizaba la totalidad del proceso productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el trabajo voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando cualquier reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción deciones, al carecer de ambiciones territoriales, renuncian a la guerra como método de resolución de conflictos. La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra. La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Incluso entre sus Italia en Abisinia) demostró su práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí desarrolló funciones más o menos importantes (Organización Internacional del Trabajo y otras agencias). bienes de consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional (Komintern o internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más inverosímil e imaginario, era advertido al propio afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la autocrítica y a aceptar la sanción de la justicia revolucionaria.
Fascismos.
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al comunismo hizo surgir movimientos políticos interclasistas y ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de parafernalia simbólica agresiva o paramilitar. Su evidente similitud y la profundidad de los rasgos comunes con el fascismo italiano han permitido a la historiografía calificarlos de fascistas, a pesar de la diversidad de nombres y características locales. Únicamente en Alemania, Europa meridional (Portugal, España, Grecia) y oriental (Rumanía, Hungría, Polonia, Báltico) se establecieron endógenamente en los años veinte y treinta dictaduras que reciben comúnmente la denominación de regímenes fascistas, o bien el calificativo de totalitarios o autoritarios. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial se establecieron incluso en Europa occidental gobiernos colaboracionistas en los que la presencia de los fascistas locales o la implantación de medidas políticas de tipo fascista eran menos decisivas que el control militar alemán.
En Italia, frustrada en sus ambiciones irrendentistas por el Tratado de Versalles, el descontento fue encauzado por el movimiento de los camisas negras de Mussolini contra cualquier movimiento prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda. Con la marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura de facto. Planteaba la superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases mediante una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales en Etiopía y Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones.
Crisis de 1929 y Estado del bienestar.
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el liberalismo económico había concebido al Estado como un mero garante del orden público, sin legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación (estado mínimo). Sin embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las condiciones de trabajo, a través de las leyes sociales, creando el moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a los apremiantes problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones del movimiento obrero.
Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio teórico fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es reflejo de la demanda, y por ende, la manera de levantar una economía deprimida era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. Consciente de las consecuencias negativas de las cláusulas económicas del Tratado de Versalles, había predicho que los pagos a que se obligaba a Alemania, junto con el endeudamiento (tanto de ésta como de las potencias vencedoras) con Estados Unidos, provocaría un desorden financiero internacional con consecuencias funestas. No obstante, los años veinte fueron los felices veinte, propicios a la especulación, la compra a crédito y el consumismo, al menos en Estados Unido, que sólo parecía deslucirse por la ley seca y el gansterismo. La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, no tuvo consecuencias muy graves en las economías, a excepción de la alemana, sometida a una terrible hiperinflación. Los consejos de Keynes fueron des oídos, y no se acogieron por parte de los gobiernos hasta después de que la Gran Depresión posterior al crack de 1929 (momento en que estalló la burbuja de especulación financiera) literalmente arrasó el mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el mercado laboral generando un pavoroso paro masivo. El recurso generalizado al proteccionismo deprimió aún más el comercio internacional y acentuó la depresión económica.
En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida a la Gran Depresión, políticas keynesianas, es decir, intervencionistas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento extraordinario del gasto público, con abundante recurso a la deuda pública. La llegada a la presidencia estadounidense del demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con la denominación de New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas). La economía dirigida del corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado, y su sistema económico no capitalista, aislado del circuito financiero, la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.
La Revolución Mexicana.
Algunas naciones de América Latina, sobre todo las zonas con gran emigración europea (Argentina o Brasil, y en menor medida Venezuela o Chile), también se convirtieron en agentes internacionales activos a pesar de no intervenir en la Primera Guerra Mundial, neutralidad que incluso las benefició, por el aumento de la demanda de materias primas y todo tipo de productos durante el periodo bélico. México, en cambio, experimentó una especial coyuntura histórica: su revolución.
En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (Porfirio Díaz) y una amplia base campesina desprotegida llevaron finalmente a la revolución mexicana (1910 - 1920), en la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa se rebelaron y pusieron en jaque al viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la Constitución de 1917, que fue pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por incorporar en su articulado diversas garantías sociales para la población. De todos modos, el restablecimiento de la paz social fue dificultoso, y la nueva institucionalidad sólo puede considerarse establecida y consolidada bajo la Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).
Segunda Guerra Mundial
Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se decidió (1 de septiembre de 1939) a la incorporación de una de sus reivindicaciones expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzig, que implicaba la invasión de la mitad occidental de Polonia (la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y Lituania fue ocupada por la Unión Soviética). Inglaterra y Francia declararon la guerra, que esperaban como una repetición de la guerra de trincheras para la que habían tomado toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos meses a Alemania el control de Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la propia Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis desde las playas de Dunkerque. Prácticamente todo el continente europeo estaba ocupado por el ejército alemán o por sus aliados, entre los que destacaba la Italia fascista, cuya aportación militar no fue muy significativa.
La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo durante el periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston Churchill, decidido a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente venció, entre otras cosas gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al decisivo apoyo estadounidense, que negoció en varias entrevistas con Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).
En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso llevaron a la invasión alemana de la Unión Soviética (operación Barbarroja), inicialmente exitosa, pero que se estancó en los sitios de Leningrado y Stalingrado. Al mismo tiempo, los japoneses atacaron Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la entrada de Estados Unidos en la guerra. En el norte de África, labatalla de El Alamein (1942) frenó el avance alemán desde Libia hacia Egipto.
El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones necesarias para los desembarcos aliados en Europa (Sicilia, septiembre de 1943, Anzio, enero de 1944, Normandía, junio de 1944) y el hundimiento del frente oriental en el que se dieron las más masivas operaciones de tanques de la historia (Batalla de Projorovka, julio de 1943), mientras en el frente occidental los alemanes experimentaban armas tecnológicamente muy desarrolladas (V-1, V-2), y soportaban bombardeos destructivos sobre sus ciudades a una escala nunca antes vista (Bombardeo de Dresde, febrero de 1945). En la Guerra del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a los japoneses hasta los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la alemana) se produjo por derrota total, sin que fuera posible ningún tipo de negociación. Las conversaciones decisivas fueron las que plantearon la división de Europa en zonas de influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas cumbres (Conferencia de Teherán, 1 de diciembre de 1943, Conferencia de Yalta, febrero de 1945, Conferencia de Potsdam, julio de 1945).